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La aviación es una de las fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero que más crece
La multimillonaria carrera espacial ha sido un tema candente últimamente. Richard Branson, del grupo Virgin, viajó al espacio el 11 de julio de 2021. Jeff Bezos, de Amazon, le siguió poco después, el 20 de julio de 2021. Elon Musk, de Tesla y SpaceX, tiene previsto viajar en un futuro próximo. Los tres buscan comercializar la industria espacial, y ciertamente tienen los medios financieros para hacerlo. Por desgracia, el turismo espacial tendrá un coste medioambiental importante. Veámoslo más de cerca.
Los cohetes necesitan enormes cantidades de propulsores para salir de la atmósfera y llegar al espacio. La composición de estos propulsores determina el tipo de contaminantes atmosféricos que se emiten durante el proceso de lanzamiento. A continuación se muestra una tabla con los cuatro tipos principales que se utilizan para el lanzamiento de cohetes:
Las emisiones de dióxido de carbono (CO2) suponen un problema en el lanzamiento de cohetes. Un típico vuelo de avión de larga distancia genera entre 1 y 3 toneladas de CO2 por pasajero. Los lanzamientos de cohetes, en cambio, generan entre 50 y 75 toneladas de CO2 por pasajero. Dicho esto, el número de vuelos de cohetes es actualmente muy pequeño: según la NASA, sólo se realizaron 114 intentos de lanzamientos orbitales en 2020, en comparación con más de 100.000 vuelos de avión al día. Sin embargo, no se sabe qué tamaño alcanzará la industria del turismo espacial. Las estimaciones actuales sitúan el mercado en 2.580 millones de dólares en 2031, con un crecimiento del 17,15% cada año de la próxima década.
Vuelo con emisiones de Co2
Las cifras ponen de manifiesto la desproporcionada huella de carbono de quienes pueden permitirse volar, ya que incluso un vuelo de ida y vuelta de Londres a Edimburgo aporta más CO2 que las emisiones medias anuales de una persona en Uganda o Somalia.
Según cifras de la organización alemana sin ánimo de lucro Atmosfair, volar de Londres a Nueva York y viceversa genera unos 986 kg de CO2 por pasajero. Hay 56 países en los que una persona media emite menos dióxido de carbono en todo un año: desde Burundi, en África, hasta Paraguay, en Sudamérica.
Las cifras son promedios que tienen en cuenta los modelos de avión que se suelen utilizar en las rutas aéreas y la ocupación estimada de los asientos a bordo de esos aviones. Las cifras sólo incluyen el CO2 generado por la quema de combustible para aviones, no las emisiones incorporadas a la construcción del avión ni otros gases de efecto invernadero que puedan producirse, como el vapor de agua.
Según las proyecciones de los investigadores de la Universidad Metropolitana de Manchester, las emisiones del sector podrían duplicarse con creces de aquí a 2050, incluso si los aviones se vuelven mucho más eficientes en el consumo de combustible y las compañías aéreas ahorran más carbono optimizando sus operaciones.
Porcentaje de emisiones de co2 de los coches
Pero las cosas están cambiando. Según las estimaciones de la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), en 2016 hubo 3.700 millones de pasajeros aéreos en todo el mundo, y desde 2009 cada año ha batido un nuevo récord.
Para 2035, la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) prevé un aumento a 7.200 millones. Al igual que los propios aviones, las cifras no dejan de aumentar. Y teniendo en cuenta el daño que los vuelos causan al planeta, esto da que pensar.
Incluso si aceptamos la cifra del 2% de emisiones como definitiva, si sólo el 3% de la población mundial voló el año pasado, ese grupo relativamente pequeño sigue siendo responsable de una parte desproporcionada de las emisiones mundiales.
Hace unos años, el grupo ecologista Germanwatch calculó que una sola persona que toma un vuelo de ida y vuelta de Alemania al Caribe produce la misma cantidad de emisiones perjudiciales que 80 residentes medios de Tanzania en todo un año: unas cuatro toneladas métricas de CO2.
La calculadora de la huella de carbono del WWF es instructiva en este sentido. Incluso un ecologista serio que se alimente de forma vegana, se caliente con energía solar y vaya al trabajo en bicicleta, pero que aún así tome algún vuelo de vez en cuando, no parecería muy ecológico.
Emisiones de co2 del Boeing 747
El impacto ecológico de volar se presta a graves turbulencias medioambientales: viajar en avión sólo representa el 2% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero esos 39,4 millones de vuelos anuales emiten óxido de nitrógeno tóxico, partículas cancerígenas y dióxido de carbono, que absorbe el calor y lo devuelve a la Tierra.
Se calcula que menos del 20% de la población mundial ha volado, pero con la previsión de que el número de vuelos se duplique para 2037, si tenemos alguna posibilidad de limitar el calentamiento global a 1,5 °C (el objetivo acordado en el Acuerdo de París de 2015) los expertos creen que debemos reducir a la mitad nuestras emisiones globales para 2030.
El sector de la aviación debe liderar la reducción de sus emisiones nocivas y, aunque los viajeros pueden tomar la decisión consciente de volar menos (o no hacerlo), puede haber ocasiones en las que el viaje en avión sea inevitable. Cuando eso ocurre, he aquí cómo los viajeros pueden reducir el impacto medioambiental de los vuelos.
